No fue una sorpresa para nadie el anuncio hecho ayer por Joe Biden de que aspirará a un segundo mandato en las elecciones de noviembre del próximo año. A través de un video con múltiples alusiones a los movimientos ultraconservadores que, a su juicio, siguen teniendo bajo seria amenaza la democracia en Estados Unidos, el octogenario mandatario confirmó que aspira a gobernar hasta los 86 años. Sin quien le dé la pelea en su partido, se da como un hecho que será el candidato demócrata.
Así queda atrás la idea, en algún momento expresada por el propio Biden, de que el suyo sería un gobierno de transición con el fin de pasar la página de la polarización y la desinstitucionalización que dejó su antecesor, Donald Trump. La manera como el actual inquilino de la Oficina Oval dio a conocer su intención arrastra consigo el mensaje de que esta tarea no solo no está concluida, por lo que es necesario, como ya lo dijo Biden, “terminar el trabajo”. Y es probable que para lograrlo tenga que enfrentar, de nuevo, a Donald Trump en un contexto en el que claramente las tendencias polarizantes y los movimientos extremistas, de carácter ultraconservador, parecen arreciar antes que debilitarse.
Llaman la atención, ante el anuncio, las encuestas, según las cuales los votantes de ambos partidos, Demócrata y Republicano, preferirían que ninguno de los dos fuera el aspirante. En un contexto de posverdades, bulos y, ahora, inteligencia artificial dispuesta a jugar su rol en la contienda, es cuando menos curioso que ambos liderazgos sean encarnados por dos personas de tan avanzada edad.
Una economía en franca recuperación contrasta con la incertidumbre de en qué pueda terminar la guerra en Ucrania, al tiempo que un país dividido trata de encontrar un norte común. Biden ahora aspira a consolidarse como un veterano de todas las batallas que sea referente de serenidad y solidez en tiempos ciertamente líquidos.