El nuevo presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, está tan descontento con el presidente del Banco Central y su política para contener la inflación que explotó en un acto público. “No existe ninguna justificación para que la tasa de interés esté en el 13,75%. Basta ver la carta del Copom [el comité de política monetaria] para saber que ese aumento es una vergüenza”, dijo este lunes en un discurso. El mandatario aparentemente esperaba que, en su reunión de la semana pasada, el banco bajara los tipos. El izquierdista quiere una política monetaria que abarate el crédito para reactivar el crecimiento económico.
Lula es consciente de que ganó por la mínima y que su luna de miel con el electorado será corta. Por eso tiene mucha prisa en que sus ministros adopten medidas con resultados visibles a corto plazo y que la economía ofrezca señales optimistas cuanto antes.
Este enfrentamiento abierto tiene además un componente personal. Y es que el jefe del Gobierno está muy irritado con el presidente del Banco Central, Roberto Campos Neto, que fue nombrado por Jair Bolsonaro y cuya autonomía está blindada por ley desde la anterior legislatura. Campos Neto ha defendido esa independencia este martes: “Cuando más independiente y eficaz [el Banco Central], menos pagará el país en términos de coste-beneficio de la política monetaria”, ha declarado en un evento en Miami (EEUU).
Esta es la cuarta vez que el Banco Central de Brasil mantiene el precio del dinero al 13,75%, pero la primera desde que Lula tomó posesión hace poco más de un mes. Entre los argumentos para justificar su decisión, la autoridad monetaria mencionó la enorme incertidumbre sobre la política fiscal a largo plazo del nuevo Gobierno y una inflación mayor de la prevista. El próximo dato del alza de precios se conocerá este jueves.
El de Brasil fue el primer Banco Central en Latinoamérica en reaccionar al fenómeno global con agresivas subidas a la tasa y hoy tiene una de las inflaciones más bajas. En diciembre, la anual se ubicó en 5,79%.
Cuenta la prensa brasileña que al enfado de Lula con el titular del Banco Central ha contribuido descubrir, gracias a una foto publicada en un diario, que Campos Neto seguía en un grupo de WhatsApp con el ya expresidente Bolsonaro y varios de sus antiguos ministros, y otro gesto de hace tres meses: que acudiera a votar en las elecciones con una camiseta de la selección de futbol, considerada símbolo bolsonarista. Añade la prensa que no se descarta que el titular del Banco Central sea destituido con el argumento de que las metas de inflación fueron incumplidas en 2022 y 2021, como por otro lado ocurrió en buena parte del planeta.
La política económica del Gobierno Lula está todavía desdibujada. El ministro de Hacienda, Fernando Haddad, del Partido de los Trabajadores, no ha concretado cómo será la reforma fiscal anunciada ni qué instrumento sustituirá al techo de gasto que Bolsonaro consideró sacrosanto y reventó de manera reiterada al hilo de la pandemia para aliviar las penurias y ganar la reelección. Los socios de centro de derecha con los que el PT ganó las elecciones también lideran ministerios importantes para el devenir económico como Industria o Planificación.
Lula eligió cuidadosamente en qué foro embestir contra el Banco Central. Fue en su discurso durante la toma de posesión del nuevo presidente de la entidad pública BNDES (el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social), que liderará un veterano dirigente del PT, Aloizio Mercadante. El BNDES es uno de los entes más odiados por los que detestan al PT, lo consideran un brazo financiero para apoyar a aliados ideológicos en la región e instrumento clave en los errores económicos de Dilma Rousseff. Lula, en su discurso, acusó a Bolsonaro de difamar a la institución financiera y aseguró que, tanto el Gobierno del venezolano Nicolás Maduro como el del cubano Miguel Diaz-Canel, pagarán las deudas que tienen hace años con la entidad.
Durante esa misma intervención en la sede del BNDES, el presidente Lula declaró que el asalto violento a los tres poderes, protagonizado por miles de bolsonaristas en Brasilia, fue “una revuelta de los ricos que perdieron las elecciones”.
Fuente: El País